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Darío Rendón Nieblas nació un 19 de diciembre de 1980 en Villa Unión, Sinaloa, y aquí cuenta su historia:

“Yo nací sin ver, pero con mi audición normal, poco a poco fui perdiendo el oído. A los 9 años comencé a usar audífonos auxiliares hasta que llegó el punto que me dejaron de funcionar. Pasé un periodo sin oír nada. Las personas se comunicaban conmigo escribiendo en mi mano. Cuando cumplí 31 años me colocaron el implante coclear, un dispositivo médico que transforma las señales acústicas en señales eléctricas que estimulan el nervio auditivo”.

Recuerda que cuando vivía en su pueblo en Sinaloa, cuando era muy niño, dos maestras de kinder lo apoyaron mucho, una le ayudó a participar en clase y otra le enseñó el braille. “Yo jugaba con mis compañeros, pero en ocasiones me daban miedo los columpios porque le daban muy fuerte y los fierros me golpeaban”.

Después Darío fue traído por sus padres a Guadalajara para que estudiara la primaria en un internado especial para personas ciegas. Fue en este tiempo cuando le detectaron pérdida auditiva.

“Al principio creían que oía sólo cuando me convenía”, dice mientras sonríe.

“Al paso del tiempo comprendieron que en verdad yo no escuchaba y me hicieron estudios. Mi problema, en la escuela primaria, eran los salones con eco que me impedían comprender las palabras. En la secundaria, para escuchar me sentaba cerca del escritorio del maestro, y además estudiaba con libros en braille”.

Sin embargo, en la secundaria y en la preparatoria Darío no tuvo acceso a libros en braille.

“Mi familia, mis compañeros y mis maestros me leían, me grababan o me dictaban para que no me atrasara en clase.  Una escuela tendrá lecturas en braille siempre y cuando los maestros o directores lo soliciten a la Comisión Nacional de Libros Gratuitos, pero es raro que lo hagan. Yo me apoyaba con libros que conseguía en las bibliotecas”, describe este joven nacido bajo el signo de sagitario.

“Durante mi adolescencia fui muy serio, muy callado y con algunos maestros no me entendía muy bien. Fue hasta tercer año de secundaria, me puse valiente, hablé con los profesores y fue así que mejoré mis calificaciones”.

Darío fue becado en el Centro Educativo Lipro y obtuvo el diploma por obtener el mejor promedio.

Cuando ingresó a la Escuela Normal Superior de Especialidades para estudiar la Licenciatura en Problemas de Aprendizaje, su audición era muy pobre y comprendía muy poco las clases.

“Pasé un periodo de depresión hasta que una compañera me pidió que usara un abecedario en braille, y que llevara papel calca. Mis compañeros se turnaban para pasarme los apuntes. Además, mi mamá le dictaba a un amigo mío los apuntes y él los pasaba a máquina de escribir en braille. Me transcribían prácticamente todo. Además, yo colocaba mi mano en la garganta de las personas para establecer comunicación”.

“Mi hermana perdió el oído antes que yo; con ella nos comunicábamos escribiéndole en braille sobre los dedos o dibujando letras en la palma de su mano. Fue así que también yo como empecé a comunicarme.

“También me enteré de que en la Biblioteca del Ejército había una impresora braille y a veces me imprimían libros allí. Más tarde se adquirió una pantalla braille en la escuela donde estudié la primaria y me la prestaban para estudiar. Esta herramienta me sirvió mucho. Concluí mi licenciatura con una tesis sobre el aprendizaje en una niña con discapacidad visual e intelectual».

Sus deseos

“Me gustaría que el personal de las escuelas fuera más abierto en cuanto a recibir alumnos con discapacidad. En México existen algunas normas útiles para disminuir los índices de exclusión. El problema es la mentalidad de las personas.

“Por ejemplo, cuando una persona con discapacidad ingresa a la primaria, la escuela debe dar aviso a la Secretaría de Educación Pública para que envíen personal de la Unidad de Servicio de Apoyo a la Educación Regular o dar aviso a la Oficina de Orientación, sin embargo, muchos directores o maestros no lo hacen, ya sea por ignorancia o porque simplemente por rechazo.

“En el Foro de Inclusión que se realizó en marzo de 2020 para reformar la Ley de Educación de Jalisco planteé que en cada escuela hubiera un docente en educación especial o inclusiva para que el plantel no tuvieran excusa de negar la educación a los niños.

“Si apostamos por la educación vendrían muchos cambios”, dice Darío.

“En el sector laboral algunas empresas tienen miedo de contratar a personas con alguna discapacidad. Otras veces, presumen de inclusivos. El problema es que tienen programas por separado y colocan al personal en puestos que ellos creen convenientes y no los que podrían desenvolverse adecuadamente y algunos espacios laborales no cuentan ni con rampas para las sillas de ruedas.

“En el transporte público, la mayoría de nosotros no andamos solos porque no distinguimos la dirección del sonido.

“Cuando vamos al hospital nos acompañan nuestros familiares, ellos nos explican los procesos a seguir. En los Foros de Inclusión también he propuesto que en caso de hospitalización existan traductores profesionales, y si no es posible contar con ellos, entonces que el personal médico reciba capacitación sobre la manera que nosotros nos comunicarnos, es decir, que pueden dibujarnos las letras en la palma de la mano. Si es urgente la operación, que se permita el ingreso de cualquier familiar a sala de cirugía con las mismas maneras de protección que usa el personal médico.

“Con el tema del COVID, sabemos que no debemos tocarnos la cara, que no podemos recibir personas y tenemos que mantener distancia.

“Aunque hay muchas oportunidades para nuestra comunidad lo que más cuesta cambiar es la actitud de la sociedad. Por eso, invito a reflexionar sobre las actitudes porque es ahí donde se pueden eliminar las barreras.  Es necesario la apertura y no juzgar por las apariencias porque hay cosas más allá de lo que se ve a simple vista”, dice este tenaz e inteligente hombre de 39 años que trabaja ofreciendo clases en el uso de aplicaciones tecnológicas a personas con discapacidad.

 

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