Este 19 de agosto se conmemora el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, fecha en la que se reconoce a los trabajadores que por su labor reducen el impacto de las tragedias y desastres. Sin embargo, en México nos hace falta ser más previsores y profesionales en la ayuda que brindamos a los otros.
El concepto de la asistencia humanitaria inició con la llegada de los españoles y su idea de rescatar las almas para que llegaran a Dios, explica Ricardo Fletes Corona, jefe del Departamento de Desarrollo Social del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara (CUCSH).
“Fue una cuestión de la religión, en particular de la Iglesia Católica, con su enfoque de ser caritativos, misericordiosos y compasivos. Con el paso de los años se fue secularizando la asistencia humanitaria.
“Cuando el presidente de México, Benito Juárez promulgó las leyes de reforma en 1857, promovió que el Estado asumiera una parte de la conducción de la vida social y la labor de asistir a las clases sociales más desprotegidas”, cuenta.
A pesar de la separación Estado y religión, las Iglesias nunca dejaron de trabajar en este sentido, describe Fletes, quien es doctor en ciencias humanas por el Instituto Universitario de Pesquisas do Rio de Janeiro.
Fue hasta finales de siglo XX que en nuestro país se comenzó a hablar de los derechos humanos, sociales, políticos y económicos, así como el acceso a una vida sustentable; y es hasta los años ochenta que hay un gran crecimiento en el número de organizaciones de la sociedad civil abocadas a labor de ayudar a los otros.
En 2015 había en Jalisco 401 alojamientos de asistencia social con y sin población usuaria residente; de ellos 144 eran casas hogar para personas adultas mayores y 80 para menores. Asimismo, se registraron 130 centros de rehabilitación para personas con adicciones.
Los 395 alojamientos con población usuaria residente que tenía el estado en 2015, albergaban a 10,396 personas y eran atendidos por 4,653 trabajadoras(es) y 2,713 voluntarias(os).
Fletes Corona señala que la pandemia de COVID-19 ha mostrado que cuando los sistemas de salud colapsan o cuando las labores de instituciones de Gobierno no están preparadas o no tienen suficientes recursos humanos y económicos, son las organizaciones de la sociedad civil y las iglesias quienes dan respuesta a las necesidades apremiantes de la gente.
“En tiempos de crisis –iglesias y organizaciones civiles- adquieren un valor estratégico para la vida porque las personas pueden morir o vivir con una deteriorada salud, si no fuera por la labor que realizan”.
La sociedad mexicana –en estas fechas- ya conoce a cuáles instituciones acudir y qué papeles pide cada organización para obtener ciertos beneficios, sin embargo, en ocasiones se quejan porque le quiebran su dignidad.
El académico asegura que la pandemia ha creado una situación de mucha necesidad social que se ha prolongado por varios meses y que puede desencadenar en aumento de robos o mayor población de calle. “Ahora que los niños no tendrán que ir a clases presenciales podría haber más pequeños en las aceras pidiendo limosna”, reflexiona.
Por eso, es bueno reflexionar sobre cómo respondemos los mexicanos ante las tragedias. “Somos muy muy rápidos ante tormentas, temblores, huracanes o sismos. Nuestra respuesta es instantánea, solidaria, creamos formas de apoyo creativas y efectivas, pero en el corto plazo”.
También es muy efectivo a corto plazo, el Plan de Auxilio a la Población Civil en Casos de Desastre, conocido también como Plan DN-III-E, de la Secretaría de la Defensa Nacional de México donde el Ejército y Fuerza Aérea realizan actividades de auxilio a la sociedad.
Sin embargo, señala que hace falta profesionalización y prevención para responder a las necesidades de largo plazo como ha sido esta crisis sanitaria. “Con mejores habilidades y prevención podríamos contener las catástrofes o aminorar su impacto y salir de manera más rápida de los problemas.
“La gente que se dedica a la asistencia social son personas comprometidas y bien intencionadas, le echan el corazón y la vida, pero les hace falta profesionalización”. Dice que desconocen la manera de presentar proyectos, le falta conocer las leyes y tienen dificultad para vincularse con universidades o con otras organizaciones para solventar sus deficiencias.
Advierte que es necesario que las universidades capaciten, promocionen programas y vínculos que cubran las áreas débiles de las organizaciones civiles y de las instituciones de gobierno.
“Cada año, hay necesidades de colchones, ropa, comida, medicamentos y médicos. Entonces si ya sabemos nuestras necesidades hay que capacitar a la gente que vive en la costa, en la sierra, en las zonas metropolitanas para impulsar brigadas civiles de respuestas rápidas a las urgencias. No hay que esperar a que llegue la tragedia para estar preparados. Necesitamos un plan de contingencia en cada colonia”.
El académico dijo que la sociedad civil debería aprovechar las redes sociales y vincularse con alguna organización para hacerse útil. “Celebrar el día de la asistencia humanitaria tiene que ver con sumar y vincular las propuestas que tengan un sentido del desarrollo humano y busquen eliminar la pobreza, es para crear espacios propicios para lograr conjuntar estas ideas”, concluye el maestro en antropología social.