“Ne nimu Tlasotla” en náhuatl significa me quiero a mí mismo, explica Melquiades. Es el reflejo que uno proyecta de sí y como se encuentra en su interior. Al vivir en un espacio compartido es importante estar bien para respetar a los demás.
Melquiades Gutiérrez Velázquez, tiene el don de hacer crecer las flores. Este hombre logra que la lluvia, el sol y el carbono oculto en la brisa del viento se reúnan a fin de que las plantas sigan su camino al cielo en búsqueda de la luz.
Nacido un 7 de febrero en la sierra boscosa en Chiconcuautla, un pueblo localizado en la parte noreste del estado de Puebla, entre los límites de Hidalgo y Veracruz, vivió ahí su infancia y adolescencia con su padre y sus hermanas. Melquiades cosechaba maíz, frijol y café para su autoconsumo y vendía chiles a los acaparadores que transitaban por el lugar.
Concluyó la primaria y tiene la gran fortuna de conocer la lengua náhuatl. “Cincuenta por ciento de mí es nahua”. Explica que las palabras náhuatl se pueden entender como descripciones, por ejemplo los nombres propios nombran características de la personas. “Cuitláhuac es una persona alta a la que se le ven las costillas, o sea un cuerpo seco al que se le ven los huesos. Cuitla quiere decir tripa”.
Detalla que la dificultad con esta lengua, es que al cambiar una sola letra, el significado y el contexto se modifica, por ejemplo hay distintas maneras de describir con una sola palabra el concepto de “camino”, ya que puede ser zigzagueado, estrecho o con maleza.
Lamentablemente el náhuatl se ha ido perdiendo, dice Melquiades. “Las personas de mi edad nada más hablan el 50 por ciento. Las generaciones que vienen ya no lo hablan. La misma población te obliga a que lo dejes».
“El problema inicia en la escuela cuando los niños se burlan o hacen bullying de quienes hablan esta lengua o de quienes usan la vestimenta típica. Entonces se van disipando las tradiciones y al llegar a la ciudad tienes menos posibilidad de hablarlo. No hay con quien conversar”.
Actualmente a nivel nacional no hay quien conozca bien a bien cómo se escribe y menos como se traduce el náhuatl. En México, este lenguaje se practica en tres regiones y cada una tiene sus propias variaciones de habla y escritura. Pero en estos días sólo se conoce el habla de un sólo un grupo étnico.
“Necesitamos saber la procedencia o la raíz de las palabras para que no se pierdan. Necesitamos ir con los abuelos. Estamos matando esa lengua y me pregunto: ¿qué va a pasar con la gente que existe y lo habla?”.
La palabra que más le gusta en náhuatl es “xhino” que significa hola. “Es un saludo en general que no tiene hora, ni día, ni fecha”.
Una de las tradiciones que no se han perdido en su pueblo es la danza Xochipitzahuatl que significa “flor esbelta amarilla”. Este canto y baile náhuatl se escucha en todas las fiestas: las de cumpleaños, de matrimonio, de San Miguel, de la Virgen, del Día de Muertos y en Semana Santa.
“Los bailarines y los que organizan la fiesta llevan sus trajes típicos, muy coloridos y estampados en manta. Bailan todos en círculo. Las señoras llevan sus regalos en la mano. Con la danza Xochipitzahuatl, todos se hacen otra vez amigos. Los enemigos se hablan y las familias se vuelven a ver. La gente comparte la comida: el mole poblano, los niños envueltos, los cacles, frijoles con masa así aplanados”.
Melquiades, quien lleva un nombre místico, el cual significa Sacerdote de Dios, llegó a Guadalajara cuando tenía 20 años para trabajar como albañil. Se casó con Julia Albino con quien tiene cinco hijos: David, Reybel, Eduardo, Miguel, y Graciela.
Desde hace 18 años trabaja en el IIEG para velar y cuidar las plantas del instituto. “Cuando llegué aquí, vi que esta Dalia, (señala la flor roja con blanco cercana al comedor) estaba sola en la entrada junto a la rampita; y la cuidé y me dieron la oportunidad de plantarla aquí. Es mi favorita”.
Melquiades o Mel que visita a diario cada árbol, cada planta del IIEG explica que para que cada especie del jardín sobreviva y tenga larga vida es necesario ser amable con ella. “Necesita tener buena vibra con las plantas, regarlas, quitar la maleza y podar. Como cuando nosotros nos cortamos el cabello, nos bañamos, nos cambiamos, también las plantas necesitan atención y esmero”.
Mel tuvo una infancia y adolescencia difícil pues su mamá María Micaela –quien cocina unos deliciosos panes- fue secuestrada. Por muchos años, Mel no supo de ella. Aún con esa angustia que cargaba, no se rindió en buscarla hasta que la encontró.
Por eso, para este hombre, el destino no existe, uno hace su destino. “Uno tiene las riendas de la vida y puede tomar decisiones. El destino se va forjando, uno debe tener la fuerza para modificarlo”.
“Si tienes padres o no los tienes. Si tienes o no dinero. No tiene nada que ver. No hay pretextos para portarse mal en la vida”.